miércoles, 10 de septiembre de 2014

Botella y Botín, dos bajas sensibles La alcaldesa de Madrid, Ana Botella, anunció ayer que no presentará su candidatura para un segundo mandado en su puesto. Produjo una moderada sorpresa, porque para muchos, los años de la regidora han sido un regalo ocioso y absurdo, que Gallardón se empeñó en “colocar” a los madrileños: si está capacitada ni se puede esperar de ella grandes cosas. Aun que, eso sí, es seguro que ha mejorado la cuenta de quien la designó, del propio Gallardón el gran derrochador de los dineros públicos del ayuntamiento madrileño. Con pocas horas de diferencia, se producía otra baja, más inesperada y mucho más dolorosa, la de don Emilio Botín, presidente del Banco de Santander. Un fallo cardíaco acababa con sus vacaciones cántabras y con una vida pletórica, que lo había colocado al frente de la banca española, o en la competencia por el trono de esa banca nacional privada poderosa y sólida. Botín, en los últimos años, ha tenido una habilidad extraordinaria: elogiar la política que han puesto en marcha todos los gobiernos sucesivos, por contradictoria que fuera una con la siguiente. Botín tuvo palabras de elogio para Suárez, Felipe González, Aznar, Sotelo, Zapatero y Rajoy, sucesivamente. En todos vio algo digno de elogio y no lo ocultó. Pero, sobre todo, con todos trabajó con idéntico denuedo y esfuerzo por hacer de su banco familiar una entidad solvente y alejada de cualquier crisis. Hubo un episodio en la vida de Botín, doloroso, sin duda, que le condujo a las puertas de la cárcel, y que le obligó a atender las exigencias de una fianza formidable del juez. Se peleó con el gobierno de turno, en igual medida que lo elogiaba sin rodeos. Y llegó a tener amistad, incluso, con alguno de los jueces que lo tuvieron en su punto de mira. ¿Hay comparación posible entre Botella y Botín? Pocas, o ninguna. Ana Botella llegó a la alcaldía por casualidad, por el dedo bienhechor de Gallardón y Rajoy, auspiciada por su marido Aznar. A todos pareció siempre incapaz, inadecuada, y demostración de que no cualquiera y en cualquier momento puede servir para atender convenientemente las grandes tareas. Botella dio la talla, escasísima, de su propia capacidad, en los episodios más graves de su mandato, y en particular, en la muerte de cinco niñas en la noche de Halloween. Debió haber dimitido en aquella ocasión, o ser mucho más exigente con sus colaboradores. En cambio, huyó a un SPA de Lisboa cuando los cadáveres de las niñas aún estaban calientes, al cuidado de otros dos notable incompetentes, los también recomendados doctores Viñals, padre e hijo. No supo estar en el cargo de altísima responsabilidad que le tocó en suerte, ni aprendió en su ejecución. Por el contrario, basta comprobar el grado de suciedad de Madrid para darle el suspenso definitivo a su gestión. Nunca Madrid había estado tan sucia como en este comienzo del curso… El caso de Emilio Botín es justamente el contrario: el del esfuerzo de quien, también, llega auspiciado por su familia, el viejo Botín, para encabezar uno de los grandes de la banca española. Pero no le basta con aguantar y resistir. Ficha a los mejores y se dispone a plantar batalla a sus adversarios, porque quiere ser el primero y el mejor allá donde se asiente el Santander, y pese a las dificultades que el sector tiene por doquier: Gran Bretaña. Argentina, Venezuela… Botín llegó a ser una autoridad indiscutible desde hace ya una veintena de años, y su opinión era merecedora de atenciones para cualquiera con cargo de responsabilidad. Se ha ido cautamente, sin hacer ruido, de un fallo cardíaco, porque en su modo de ser y de estar no encajaba la palabra jubilación o paso atrás en las responsabilidades. ¿Qué hizo trampas en el juego? Es seguro que se acomodó a las exigencias de nuestro tiempo, y que jugó con las cartas que la dieron… JOSÉ CAVERO

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