lunes, 24 de marzo de 2014

Elogios sin final a don Adolfo Sigue la gran catarata de elogios que desde hace ya una semana, vivimos sobre la figura de Suárez. No terminará hasta dentro de unos cuantos días, con toda probabilidad, y viene a compensar el silencio de muchos años e incluso las decalificaciones que el propio Suárez recibió en otro tiempo. Es el caso de Ruiz Gallardón y de Miquel Roca, que en esta hora del adiós han reconocido “el maltrato” que ellos mismos llegaron a dispensar al presidente ahora desaparecido, y ahora ensalzado. Son muchos los políticos que hoy pudieran sumarse a este grupo de los arrepentidos de sus propias opiniones de tiempos anteriores. El primero de ellos pudo haber sido Ricardo de la Cierva, autor del memorable “qué error, qué inmenso error” con el que, desde la portada de El País, recibió la noticia de la designación de Suárez. De la Cierva había apostado, como tantos otros, por José María Areilza, y más sorprendentemente, el propio De la Cierva, andando el tiempo, llegó a ser ministro de Cultura de Suárez. Pero son tiempos de elogios sin fin, incluso en las bocas de quienes fueron críticos, reticentes, desconfiados con el “joven de Cebreros” que, procedente del Movimiento, trataba de edificar un régimen nuevo sin movimiento. Es el tiempo del reconocimiento unánime de que Suárez fue un personaje admirable, irrepetible, que se esforzó por dialogar y obtener consensos so re las grandes materias que entonces dividían al país. Los diarios de este lunes, como los de ayer o anteayer, son antologías para la historia, y vienen a suponer el cierre de toda una época. Como también lo ha sido el mensaje del Rey, que tiene algo de “comienzo de la despedida” del propio Rey, cuando admite que él y Suárez, al unísono, y de común acuerdo, decidieron conducir al país desde el franquismo a la democracia mediante una fase de Transición finalmente feliz, aunque con algunos sobresaltos de por medio… El Rey también ha comenzado a despedirse en su necrológica de Suárez. Por lo demás, resulta llamativo que la muerte de Suárez haya venido a coincidir con las marchas de la dignidad, con las que muchos ciudadanos han querido llamar la atención sobre la progresiva degradación de la política y el deterioro y abandono de muchas de las conquistas logradas en el último cuarto de siglo. Las marchas fueron modélicas, pero su final resultó escandaloso por las violencias que se suscitaron entre algunos radicales y las fuerzas policiales. Sobre los dos extremos –radicales y determinados policías- se vienen reclamando las correspondientes explicaciones e incluso investigaciones. Parece que ni los unos ni los otros estuvieron a la altura de las circunstancias, como tampoco lo estuvieron algunos políticos que., con anterioridad o en el desarrollo de los acontecimientos, pretendieron incluir en ellos. Es el caso de Ignacio González, crecientemente equivocado en sus opiniones políticas, o de Cristina Cifuentes, parece que en campaña electoral permanente no se sabe para qué cargo, porque Ana Botella no piensa abandonar la alcaldía por mucho que se lo reclamen algunos de sus propios correligionarios… JOSÉ CAVERO

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