viernes, 19 de diciembre de 2014

La dulce Navidad de Torres Dulce La sorprsa navideña ha llegado este año a la Moncloa, y a la nación toda, en forma de carta de dimisión irrevocable. El fiscal general, uno de los elementos de primer nivel en la clase política de España, ha presentado su dimisión y se va a su casa, al término de un año –y los anteriores- especialmente agitado en el desempeño de su cargo. De Torres Dulce se había llegado a pensar que dimitiría en los días de la consulta catalana, cuando hasta la lideresa catalana del PP, Alicia Sánchez Camacho, le “dictó” lo que tenían que hacer él y sus fiscales catalanes contra la decisión levantisca de Artur Mas. Eduardo Torres Dulce, una persona prudente y moderada, se supone que en aquella ocasión advirtió al Gobierno que hasta aquí habíamos llegado y que no consentiría más ingerencias estúpidas en su gestión de “Defensor de la Legalidad”. Que sabe perfectamente lo que le cumple hacer, y dónde están sus límites, a él y a sus colaboradores. Pero ésa no ha sido más que un agarrada con el Gobierno. Parece que ha habido otras cuantas más, que han llegado a colmar la paciencia del hasta ahora fiscal general. Y aprovechando las pausas navideñas, ha dejado al presidente Rajoy y su componedora principal, Sáenz de Santamaría, la tarea de buscarle sucesor. De fondo, muchos conflictos con las salas de los distintos tribunales, que el Gobierno pensaba que Torres Dulce controlaba y empleaba a su antojo: Tribunal Constitucional, Supremo, Audiencia nacional…, y sus correspondientes magistrados, cada uno de su procedencia y con su etiqueta de origen y destino. Demasiado complejo, incluso para un experto en cine, que durante años ejerció brillantemente la tarea de crítico en distintos medios informativos, y que se puede comprobar que se divierte en cada ocasión en que regresa al mundo de la pantalla grande. Pero es que, en los últimos años, le ha correspondido el ejercicio profesional “entre fieras” políticas, donde cada uno ha peleado por su propia parcela de interés. Por si fuera poco, Torres Dulce se había quedado recientemente sin “su” ministro, Ruiz Gallardón, y había contemplado distintas salidas de `pata de banco de otros colegas del dimisionario, como las del ministro del interior, el metepatas Fernández. Ha podido comprobar hasta que `punto el sucesor de Gallardón, Catalán, se ajusta a la voluntad estricta de Santamaría, y cómo las normas que Gallardón intentó modificar, y que habían pasado a algún cajón de despropósitos, han salido de los armarios para su ejecución inmediata. Por todo lo cual, ha dicho que hasta aquí hemos llegado, y que para ustedes casos como el de Bárcenas, los que tiene entre manos el eficaz Ruz, los incesantes casos de corrupción en los que aparecen las cabecitas de jefes de fila del PP… Se acabó esta clase de preocupaciones, y búsquense a otro “defensor de la legalidad” que sepa administrar ese juego de bolillos peligrosísimo, que bordea la legalidad y la libertad. ¿Y ahora, qué y quién? Santamaría proveerá, y lo hará en el tiempo más rápido posible, porque es preciso ocupar un sitial de muy alta y destacada envergadura en la estructura del Estado. Torres Dulce hizo,. Pese a todo y a todos, un magnífico papel, y ahora, otro deberá recibir su propia herencia y materse en los subterráneos del Estado, para tratar de liberar las cañerías de la porquería que las hace impracticables. Con la posibilidad de que, de vez en cuando, aparezcan en tales cañerías algunas sorpresas desagradables más, que con toda certeza molestarán “a quien manda” en el día a día. Y siempre habrá una Sánchez Camacho que le diga “no sabe usted con quién está hablando”, por mucho que su opinión y su ejecución sean indiscutibles y su organización interna sea jerárquica. Nada de eso disminuirá sus cuidado para no resultar demasiado gravoso al Gobierno de la Nación, que le designa y debiera apoyarle sin permitir que nadie aborde su parcela de decisión en la defensa de la legalidad… JOSÉ CAVERO

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