lunes, 5 de enero de 2015

Los Reyes llegaron ya Los españoles hemos tenido este año “un porrón” de Reyes: Los clásicos del nacimiento y del belén, los que se fueron y los nuevos, o sea, Melchor, Gaspar, Baltasar, Juan Carlos, Sofía, Felipe y Leticia. Nada menos. Reyes de fantasía, los primeros, y reyes de presupuestos generales del Estado y de discurso y viaje oficial. Las dos clases de Reyes llegaron o se fueron con su correspondiente cabalgata. Los Reyes de fantasía llegan a menudo encarnados en concejales y con grandes gastos y boatos, de la clase de eventos que gustaban de preparar los de la trama Gurtel. Por cierto, hablando de concejales y de Reyes Magos, reaparece en escena López Viejo, el concejal que más uso hizo de la Trama Gurtel, y llega con la reiterada sospecha de que Esperanza Aguirre no pudo ser siempre ajena a tantos contratos como su concejal hizo con los gurtélidos. Ya saben aquella risible revelación que hizo doña ESPE: Yo fui la primera en denunciar a Gurtel… La primera en denunciarlos, tal vez, pero sobre todo, en darles acogida y trabajos, y contratos a porrillo… En cuanto a la otra clase de Reyes, los de carne y hueso, hay que ver con qué rapidez y eficacia han desaparecido de las fotografías los “jubilados”, Juan Carlos y Sofía. Apenas alguna aparición fugaz, para algún concierto benéfico de la Reina…, y el libro en el que Fernando Onega, con extraordinaria puntualidad y buen oficio, recoge las manifestaciones del Rey que dejó de serlo cuando se cansó y vio que su cuerpo ya no respondía como hubiera querido. El Rey se despide en un libro con Anega, quién lo iba a decir, y, ciertamente pasa olímpicamente del cortesano Peñafiel y de otros de su clase. ¿A qué dedica su tiempo libre, que ahora tiene mucho, el Rey amigo de algunos ilustres golfantes y jeques, el padre de Cristina, el rey que mataba elefantes y ligaba con Corina? Muy poco se sabe de él y de sus pensamientos. Y mucho menos, incluso, de doña Sofía, discreta por naturaleza y por oficio. Tampoco se dejan ver más de lo razonable los Reyes ejercientes, los jóvenes Reyes, que probablemente se empiezan ya a enterar de la utilidad “real” de sus excelencias. Probablemente pocos podían suponer que Letizia reduciría su actividad a la trastienda, a ser figura casi decorativa, y de “madre de Leonor”. No se sabe bien por qué razón, pero a Leticia se le atribuye la intolerancia con gestos, actitudes y hasta frases que “el Rey de antes” hubiera protagonizado, y el de ahora no está en condiciones de ejercer. También parece que han desaparecido de la agenda de doña Leticia sus escapadas privadas y con amigas, al margen de don Felipe. Eso se acabó. ¿Cómo lo están haciendo? Es un oficio con muy pocas cartas de navegación, ciertamente, y por ello, tienen que estar experimentando y navegando casi a oscuras. El discurso navideño del Rey tuvo buen tono, buena dicción, y abordó cuestiones de notable oportunidad, según es opinión general. O sea, no defraudó. Sí ha defraudado el tal Revenga, por sus relaciones con el Nicolasete de mil trucos. No hubiera estado de más que el secretario hubiera recibido la carta de agradecimiento por los servicios prestados…, y por los favores que nunca se le pidieron. Pero nunca es tarde, si la dicha es buena, dice el refranero, y pudiera ser una buena acción para el año nuevo. No se sabe si los nuevos Reyes estarán tomando notas de lo que hacen, de lo que dejaron de hacer, de lo que les hubiera gustado hacer…, o si todo lo dejan a la imaginación de los “peñafieles” de turno, siempre tan dispuestos a imaginar, para completar alguna presunta comidilla palaciega. También don Jaime, como Revenga, lleva años mereciendo la jubilación, a ser posible, sin memorias póstumas. Bastante rentabilidad han sacado ya al oficio. Hace años que se hizo popular la frase de que “los Reyes somos los padres”. Unos más que otos, claro está. En fecha como la de hoy es del todo seguro, aunque y a los abuelos, ti os y padrinos han ocupado no poco espacio en ese oficio tan temporal como precario. Que los padres, y ustedes mismos, resulten generosos y benévolos consigo mismos, siquiera un día al año… JOSÉ CAVERO

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