viernes, 17 de octubre de 2014

Tengo una tarjeta negra El ingenio popular es inacabable y magnífico. A lo pocos días de estallar el caso de las tarjetas de Caja Madrid, y ya circula por doquier -ah, las redes-, una versión magnífica de la canción de la camisa negra, pero ahora dedicada íntegramente a la tarjeta de Blesa y Rato. Una magnífica producción que se hará de oro…-, como las tarjetas mismas. Y mientras tanto, Blesa y Rato estarán ya haciendo acopio de bienes, para pagar al juez por su brillante modo de tener conquistada la voluntad de sus principales socios y forzarles a asumir sus ocurrencias. Para eso, esencialmente, servían las tarjetas “gratis total”, para adherir voluntades y renunciar a la voluntad y al juicio propio. Todo ha sido una grandísima in dignidad: la de los dirigentes y la de los socios así retenidos. Pero la pregunta se ha hecho repetidamente estos días: ¿Qué hubiera hecho usted si le invitan a una tarjeta negra de esas características? Ya hemos visto que sólo 4 de los 86 “dotados” de tarjeta renunciaron a su utilización. ¿Estos eran ciudadanos ejemplares, o extraviados, despistados? ¿O no se terminaron de creer la broma de Blesa? Alguna distinción sí merecen, por su buen hacer… Mientras tanto, a Teresa, la enfermera de Alcorcón y del Carlos III, le empiezan a salir bien las cuentas de hematíes y de saturación. Un creyente diría que su patrona le trajo la curación en el día de su santo… Le trajo también la solidaridad de muchísimos españoles, a cuya cabecera se ha puesto ahora el consejero madrileño, después de sus malos pasos. ¿Lo ha hecho por voluntad propia, o forzado por las circunstancias? Qué mas da. Finalmente, las autoridades han valorado la tarea que suele efectuar el personal sanitario, y del que pocos se acuerdan. Un personal sanitario, generalmente, muy por enciman de sus valoraciones económicas y de la estima que les merece a “los mandos”. Teresa ya ha dicho que volverá a prestarse para atender a los enfermos de Ebola o de cualquier otra dolencia de difícil gestión. Por cierto, y hablando de enfermos y enfermedades de difícil gestión, lo de la legionella de Barcelona clama al cielo. No sólo la mortandad que ha ocasionado, diez muertos en unas semanas, sino el silencio que los medios catalanes y españoles en general han hecho de tal mortandad. Estos sí que han sido muertos de tercera división. Cualquier gesto de Mas o Junqueras hubiera tenido mucho más trascendencia y eco social que los muertos de legionella de esta temporada. España, finalmente, es ya un país miembro del consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La mayor parte de los ciudadanos nos preguntamos para qué servirá eso, cuya obtención nos ha costado un millón de euros, y unos cuan tos viajes y desplazamientos y esfuerzos diplomáticos del ministro Margallo. ¿Nos van a dar algo? Vamos a recuperar Gibraltar? Ni de coña. Habrá servido para demostrar la capacidad de Margallo por conseguir lo que se propone y para no explicar ni palabra de la utilidad de su gesta heroica o estúpida, según se mire. Margallo y sus gentes han hecho sus deberes, y eso es lo importante, supongo. Y estar o no en los salones de Nueva York y en su palacio de mármoles, nos va a dar a todos un poco lo mismo. Salvo para algún exaltado que tendrá oportunidad de enviar al ministro a su escaño neoyorkino… A los demás, no frío ni calor. Sólo la fastuosa factura del millón con la que –en palabras de Rajoy- se ha demostrado que España cuenta en el mundo. Cuenta mañana lo mismo que ayer, con escaño o sin él, señores del gobierno. Cuentan los cinco o seis millones de españoles en paro, la riqueza nacional, las estafas de cada día, las chapuzas e irresponsabilidades de quienes nos mandan. Para qué queremos más… JOSÉ CAVERO

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