viernes, 27 de junio de 2014

El adiós de Rubalcaba El “malvado Rubalcaba” ha sido objeto, a lo largo de las varias décadas que viene ejerciendo la tarea política, de un sinfín de campañas favorables y adversas. Ha sobrevivido a todas ellas, lo que da idea de la validez del individuo, al que hoy la mayor parte de los medios prefieren dedicarle sus mejores elogios, sin que tampoco falten los críticos. Cabe suponer que esa condición de “el más odiado” o el más elogiado, lo dan los cargos a los que se ha aspirado, y Rubalcaba ha optado a los más sobresalientes y en la más severa competencia con otros aspirantes. Recuérdese su campaña contra Rajoy por la presidencia del Gobierno. Esos son juegos mayores, y suelen emplearse palabras a menudo, incluso gruesas, de descalificación del contrario. Rubalcaba sabía bien lo que se jugaba él, y lo que se jugaba el contrario, y que en cualquier momento podía ser objeto de alguna trampa. Curiosamente, con Rajoy han tenido, ambos y juntos, épocas oscuras y épocas más apetecibles, en las que han predominado los tonos inamistosos o los amables. Por ejemplo, en la tarea de la abdicación del Rey sorprendió a muchos la coincidencia a Rajoy y de Rubalcaba, el primero de los cuales incluso dedicó elogios a la entrega y dedicación del segundo en esta materia. Por el contrario, pocos días más tarde, Sáenz de Santamaría apercibía “severamente” contra los socialistas que no resistían a dar su apoyo incondicional al procedimiento para hacer “inviolable” al exmonarca. Probablemente Rubalcaba, como pocos más en el PSOE –Felipe, Guerra, Jáuregui, Patxi López- sabe determinar en cada momento lo que es materia y preocupación del Estado y lo que es de interés específico y coyuntural del partido. Bueno, pues este Rubalcaba de muchísimas y variadas tareas, ha entendido que le ha llegado la hora de colgar los bártulos y dedicarse, de nuevo, a explicar química en la Universidad. Bienvenido a la Universidad, que buena necesidad tiene de los más sabios y prudentes hombres del Estado, aunque sea muy lamentable su marcha de la política, que se queda cada vez más depauperada y necesitada de cerebros, aunque en ocasiones sean “malévolos”. Esa fue una de las campañas más largas y crueles contra Rubalcaba: Llamarle el malvado Rubalcaba, hablar del comando Rubalcaba… Se quiso dar a entender que interminable y peligrosísima era su mano en el alcance de sus decisiones, y que tenía escuchas por doquier. Probablemente pocos han llegado a tener tantos conocimientos como Rubalcaba, en el ámbito de la política y en muchos más. En todo caso, es una lástima que no hayamos logrado disponer del registro en el que Rubalcaba pudo haber hecho más por el país: la presidencia del Gobierno. El también se habrá quedado con las ganas de completar ese deseo, y se habrá visto defraudado muchas veces por las ideas y ejecución de su compañero y adversario Rajoy. Desde luego, ya quisiera Rajoy poder contar con el asesoramiento de un personaje como el cántabro que ahora vuelve a las aulas… Por lo demás, éstas son también horas en que se reflexiona sobre la decisión del juez de querer sentar en el banquillo a la hermana del Rey, la Infanta Cristina. Ya hemos visto decenas de reacciones de partidarios, y unas cuentas también de contrarios. La del fiscal Horrach no llama demasiado la atención: ya en la ocasión anterior trató de desprestigiar al juez Castro, de quien ahora dice que se deja llevar demasiado por los medios de información. No es demasiado error que un juez coincida con la opinión pública, pero es mucho más peligroso que un defensor de la legalidad se quiera atener a lo que se supone que manda la superioridad, incluso atacando a su colega en la sala de juicio y de la instrucción de los sumarios. Desde luego, quien esto firma es mucho más partidario del juez que de este fiscal. JOSÉ CAVERO

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